!DEJEMOS YA DE ENGRANDECER A IDIOTAS¡

La otra cosa para que los mexicanos somos buenos, además de para inventar excusas, es para engrandecer pendejos; es decir, inflarle el ego a personas que carecen de intelecto o talento, pero que tienen alguna característica llamativa, como atractivo físico, dinero, actitud egocéntrica o comportamiento gracioso.

La otra cosa para que los mexicanos somos buenos, además de para inventar excusas, es para engrandecer pendejos; es decir, inflarle el ego a personas que carecen de intelecto o talento, pero que tienen alguna característica llamativa, como atractivo físico, dinero, actitud egocéntrica o comportamiento gracioso.

Si bien es natural que el ser humano admire a otras personas por su trabajo, habilidades o postura ante ciertos temas, en ocasiones nos volvemos aduladores de gente que carece de méritos y les dedicamos parte de nuestro tiempo y atención, pero, sobre todo, les otorgamos cierto poder y derechos que no siempre merecen.

Claro, el engrandecimiento de idiotas no es un fenómeno exclusivo de México. Nuestro vecino del norte, por ejemplo, es un semillero de gente sin oficio ni beneficio que se vuelve famosa al instante, desde mujeres ricas que hacen estupideces en reality shows, como Kim Kardashian y Heidi Montag, hasta adolescentes que se vuelven fenómenos virales por “estar guapos”, como Alex Lee, el trabajador de una tienda Target, cuya cuenta de Twitter se volvió internacionalmente conocida luego que una cliente compartió una foto de él. El hemisferio sur, por su parte, tiene casos como el de Guilherme Leão, un vigilante del Metro de São Paulo que se volvió celebridad debido a su supuesto atractivo físico y que ahora, gracias a que cientos (¿o miles?) de personas en todo el mundo han alimentado su ego, piensa que tiene potencial para volverse actor de tele y teatro.

En México nos encanta inflarle el ego a cualquier persona que dé la impresión de ser superior en algo, ya sea que cumpla con los estándares actuales de belleza, que sea lo suficientemente segura de sí misma como para pensar que tiene talento o que posea algunas influencias como un cargo político o un empleo en los medios, en el mundo de la moda o hasta en el antro más popular del momento.

Quizá por eso aquí se le llama “artista” a cualquiera que salga en la tele por estar musculoso o güerito y tal vez por eso nuestro país es una plataforma para que despegue toda clase de pseudoactores y pseudomúsicos extranjeros, porque aquí hay gente dispuesta a darles sus cinco minutos de fama y crearles clubes de fans.

Pero idiotas engrandecidos no sólo hay en los medios y el mundo del glamour, el fenómeno ocurre en todos los niveles. Están, por ejemplo, los compañeritos de clases hijos de la maestra o la directora que siempre están rodeados de otros niñitos que buscan obtener un poco de su influencia y protección. También están los galancitos del gimnasio o de la colonia, los graciositos de la oficina o las “socialités locales”, quienes por ser físicamente agradables, por su posición socioeconómica o por hacer chistes todo el tiempo se convierten en un tipo de liderzuelos a quienes sus seguidores les permiten imponer modas, emitir opiniones o hasta cometer faltas, como dejar desordenado un espacio común, no entregar a tiempo su trabajo, saltarse clases o llegar tarde a sus compromisos.

Las redes sociales han  permitido un boom de personas de bajo intelecto que se vuelven medianamente famosas de la noche a la mañana. Y, aunque hay gente talentosa y experta que aprovecha bien estas herramientas para difundir su trabajo y conocimientos, también existe un catálogo amplio de youtubersvinestars y tuitstars que se han vuelto celebridades produciendo comedia simple o sencillamente subiendo fotografías de ellos mismos, aprovechando que hay una gran cantidad de personas dispuestas a reafirmarles todo el tiempo lo muy divertidas y lindas que son.

PERO, ¿POR QUÉ NOS GUSTA ENGRANDECER A GENTE ESTÚPIDA?

 Pues, según Lauren Martin, de la revista Elite Daily, las personas idiotas glorificadas provocan en nosotros una mezcla de envidia y admiración, ya que, sin el mínimo esfuerzo, han conseguido tener todo o algo de lo que nosotros en secreto deseamos. Carecen de habilidades, inteligencia, cultura o talento, pero aun así tienen atención, atractivo físico y hasta dinero, mansiones y autos de lujo. Por eso celebramos lo que hacen, pero también nos da morbo y placer verlos en sus peores momentos.

Parece que eso lo sabía bien Imelda Marcos, primera dama de las Filipinas de 1965 a 1986, quien justificaba sus excesivos gastos y gustos extravagantes afirmando que tenía que verse como “un millón de dólares”, porque los pobres no respetan a los que ven iguales a ellos, pues necesitan tener estrellas a la cuales mirar desde sus barrios marginados. Tan segura estaba de sí misma que, cuando acabó la dictadura de su marido, unos años después regresó al país reanudando su carrera política.

Nos gusta, pues, admirar a personas fútiles con pose altanera y despreciar a quienes identificamos como iguales. Por eso convertimos en diva a una actriz mediocre como María Félix y halagamos su supuesta belleza y aplaudimos su actitud déspota, pero criticamos al “chairo” que interrumpió la entrega de los Premios Nobel de la Paz por “lucidito” y “payaso”. Quizá por eso ponemos atención a todo lo que Carlos Slim, “el gran hombre de negocios”, tenga que decir, pero criticamos y nos burlamos de las Marchas por la Paz del “farsante” de Javier Sicilia.

Lo grave de inflarle el ego a personas idiotas, dice Lauren Martin, es que además de volverlas ricas y famosas a costa nuestra les damos poder y derechos inmerecidos, o sea, les hacemos creer que son mejores que nosotros y que su opinión y presencia es más importante que la del ciudadano común. Es así que muchas de estas personas han llegado a pensar que tienen la capacidad y autoridad para aconsejar cómo deberíamos comportarnos o cómo debería funcionar el mundo.

En 2006, la exmodelo y estrella de reality shows Kimora Lee Simmons publicó Fabulosity, un libro de “autoayuda” con consejos sobre cómo llegar a ser alguien glamoroso y carismático como ella. Heidi Klum es autora de Body of Knowledge, en el que enseña a otros cómo alcanzar sus metas en la vida, y Kim Cattrall, de la serie Sex & The City, lo es de los manuales Sexual Intelligence y The Art of the Female Orgasm. Por su parte, Pippa Middleton, hermana de la duquesa de Cambridge, tiene una columna de recetas de cocina en una revista de un supermercado británico; Lauren Conrad, también protagonista dereality shows, tiene un sitio web con consejos de moda y recomendaciones de libros; y Armando Lavandeira, más conocido como Pérez Hilton, se hizo famoso por su blog de chismes de celebridades, que es hoy una fuente informativa reconocida.

En Latinoamérica, la cantante y actriz de telenovelas Thalía escribió un libro con consejos de belleza; Yordi Rosado, conductor de televisión y radio, es co-autor de publicaciones de orientación para adolescentes y padres; el comediante Eugenio Derbez incursionó hace poco en el cine “serio” y acaba de regañar públicamente a quienes pedían no donar al Teletón;  el policía “guapo” de Brasil ha usado su cuenta “oficial” de Instagram (conformada por fotos de él mismo) para opinar sobre la política en su país; el actor de cine y telenovelas Arath de la Torre escribió una vez que “urge legislar” sobre el uso de las redes sociales, pues ya cualquier naco puede insultar a un famoso; y la cantante-actriz María Conchita Alonso ha declarado, desde la comodidad de Miami, que Estados Unidos debería intervenir en Venezuela para liberarla del gobierno comunista.

Desde luego, cada quien es libre de opinar y publicar lo que desee, pero debemos pensar si son ésos los consejos y opiniones que necesitamos y merecemos y si ésas son las personas que deben tener reconocimiento, porque gracias a nuestro gusto por engrandecer a idiotas, hemos permitido que en nuestro país una mujer que confundesurimi con tsunami grabe discos; que una de las co-protagonistas de la telenovela “Rebelde” publique un libro de poesía, y que al inventor de la chiripiolca se le considere un genio, mientras la comunidad artística, científica y deportiva recibe poco o nada de apoyo y atención.

Es importante que recapacitemos si estamos admirando a las personas correctas o si nada más estamos adulando y glorificando a quienes no deberíamos, y el llamado no es por envidia ni es una defensa de la censura, es porque el país y el mundo no están para que convirtamos en líderes de opinión y modelos a seguir a personas cuya única aportación al mundo son sus pedas y cogidas en reality shows, sus telenovelas, sus videochistes reciclados o sus selfies en ropa interior.

En 2012 permitimos que un hombre, cuyo desempeño como político ha sido severamente criticado, llegara a la presidencia por “estar guapo”, acompañado de su esposa, estrella de telenovelas. Debemos pensar si queremos que el siguiente paso sea convertir en primera dama a la intérprete de Corazón de bombón y, si es así, entonces de una vez podríamos colocar al Werevertumorro a cargo de Relaciones Exteriores y a William Levy en el Conaculta.

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