¿Te quieren hacer daño? Umberto Eco nos explica la lógica tus agresores.

Prevaricar significa «abusar del propio poder para obtener ventajas contra el interés de la víctima», frecuentemente quien prevarica y está consciente de ello pretende, en cierta manera, legitimar su propia acción.

umberto eco

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La “retórica de la prevaricación”

Prevaricar significa «abusar del propio poder para obtener ventajas contra el interés de la víctima», frecuentemente quien prevarica y está consciente de ello pretende, en cierta manera, legitimar su propia acción.

“Captatio malevolentiae”

Eco considera tres formas principales de “retórica de la prevaricación”, es decir, de retórica del abuso de poder y de abuso del lenguaje. Una operación que comienza con lo que Eco califica como “captatio malevolentiae”, corrupción de la tradicional “captatio benevolentiae” retórica del auditorio. Eco hace ver que el prevaricador busca de entrada provocar la malevolencia por parte de su víctima, aunque luego busque el consentimiento de la misma víctima, ya que ésta, además de padecer el abuso, ha de aceptar la lógica necesidad de padecerlo.

Eco:

“No sé si valga la pena decirles lo que les voy a decir, pues estoy absolutamente consciente de que estoy hablando con un montón de idiotas cuyo cerebro no funciona y basta mirarles la cara para saber que no comprenderán nada”.

¿Les gusta este inicio? Se trata de un caso de captatio malevolentiae, es decir, del uso de una figura retórica que no existe y no puede existir, pues tiene como fin el enemistarse con el auditorio y predisponerlo contra el hablante.

Benevolencia

Observen cómo habría sido diferente si yo hubiera comenzado de esta manera:

«No sé si valga la pena decirles lo que les voy a decir, porque estoy absolutamente consciente de que estoy hablando con un montón de idiotas cuyo cerebro no funciona; sin embargo, hablo sólo por respeto hacia esos dos o tres de ustedes que están presentes en esta sala y que no pertenecen a la mayoría de los imbéciles».

Éste sería un caso —aunque excesivo y peligroso— de captatio benevolentiae, pues cada uno de ustedes se habría persuadido automáticamente de ser uno de esos dos o tres y, mirando a los demás con desprecio, me escucharía con afectuosa complicidad.

La “retórica de la prevaricación” de ordinario presenta tres rasgos que ponen de manifiesto esta pretensión del prevaricador por justificar su abuso:

1) La prevaricación sucede en la medida en que se abusa en contra el interés de una víctima;

2) el prevaricador pretende legitimar el propio abuso ante el público, si lo hay, o ante su propia conciencia; y

3) incluso –como sucede en los regímenes dictatoriales- quiere conseguir el mismo consenso de la víctima de la prevaricación.

Eco ejemplifica La “retórica de la prevaricación”  con la Fábula del lobo y el cordero.

Esta fábula está dedicada a quienes inventan pretextos para oprimir a los inocentes.


Superior stabat
Fedro, Fábulas 1, 1 (20 aC – 50dC)

El lobo y el cordero, sedientos,
Llegaron al mismo arroyo. El lobo estaba aguas arriba
Más abajo el cordero.

El lobo, movido por su voracidad desenfrenada,
Buscó un pretexto para discutir.
“¿Por qué enturbias el agua que bebo?”
El cordero, atemorizado, dijo:
“Perdona, lobo, pero ¿cómo puedo hacerte eso,
si el agua que yo bebo me llega desde tu sitio?

Entonces, desmentido por la evidencia, atacó:
“Hace seis meses hablaste mal de mí”
Y el cordero contestó: “pero si entonces aún no había nacido”

Además, “Tu padre, por Hércules, habló mal de mí”.
Y diciendo esto lo agarró y, contra todo derecho, lo descuartizó.

El lobo, para devorar al cordero, busca un casus belli, busca convencer al cordero, y a los que están alrededor, e incluso a sí mismo, de que se come al cordero porque éste ha cometido un agravio.

Tres tipos de argumentos legitimadores

El prevaricador dice de ordinario, en primer lugar y al modo populista de Mussolini o Hitler, que 1) “debemos reaccionar” ante un complot organizado contra “nosotros” (el pueblo, la cultura, la democracia).

Si las cosas se complican, dice, al modo de Pericles (según nos cuenta Tucídides en La guerra del Peloponeso), que 2) «tenemos derecho» a prevaricar porque “somos los mejores”, tenemos la mejor forma de gobierno que existe.

Cuando no bastan las palabras, el argumento de fuerza es que 3) la prevaricación es necesaria e inevitable: “me conviene más someteros que dejaros vivos” (dijeron los atenienses a los isleños de Melo, en su guerra contra los espartanos) porque «así seremos temidos de todos».

El prevaricador busca legitimar su acción, ante los demás, ante sí mismo e incluso ante la víctima. Como de ordinario no lo logra, contrapone a la fuerza de la argumentación retórica, lo único que le queda: el no-argumento de la fuerza. Y con ella se acaba la retórica de la prevaricación. Queda la tiranía desnuda.

Pero las cosas no son tan simples; la retórica puede emplearse para la prevaricación. Si, como dice el diccionario, prevaricar significa «abusar del propio poder para obtener ventajas contra el interés de la víctima», frecuentemente quien prevarica y está consciente de ello pretende, en cierta manera, legitimar su propia acción. Por tanto, se puede prevaricar y usar argumentos retóricos para justificar el propio abuso de poder.

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